Evangelio (Jn 7,1-2. 10. 25-30)
Después de esto caminaba Jesús por Galilea, pues no quería andar por Judea, ya que los judíos le buscaban para matarle.
Pronto iba a ser la fiesta judía de los Tabernáculos.
Pero una vez que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió, no públicamente sino como a escondidas.
Entonces, algunos de Jerusalén decían:
—¿No es éste al que intentan matar? Pues mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Acaso habrán reconocido las autoridades que éste es el Cristo? Sin embargo sabemos de dónde es éste, mientras que cuando venga el Cristo nadie conocerá de dónde es.
Jesús enseñando en el Templo clamó:
—Me conocéis y sabéis de dónde soy; en cambio, yo no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien vosotros no conocéis, es veraz. Yo le conozco, porque de Él vengo y Él mismo me ha enviado.
Intentaban detenerle, pero nadie le puso las manos encima porque aún no había llegado su hora.
Comentario al Evangelio
En el Evangelio San Juan muestra cómo los israelitas tenían dudas sobre la procedencia de Jesús. Pensaban que se desconocería de dónde surgiría el Mesías y no les encajaba que Jesús era de Nazaret. Lo que ignoraban es uno de los misterios centrales de nuestra fe: el origen divino de Jesús. Esta necedad es el motivo de su enfrentamiento con Jesús.
No es la primera vez que San Juan refiere la hostilidad de los judíos (Jn 5,18) ni será la última (Jn 8,59; 10,31-33). Con ello san Juan resalta el acto libre de Jesús que, cumpliendo la voluntad del Padre, se entregará en manos de sus enemigos cuando llegue su «hora» (Jn 18,4-8).
Cuando Jesús dice que “de Él vengo y Él mismo me ha enviado” subraya su propia identidad: su origen divino. Nos revela un misterio inagotable. Por ello que intentan detenerle porque sus palabras les parecen una blasfemia. Muchos judíos no reconocen la divinidad de Jesús a pesar de haber visto sus obras y haber oído sus palabras.
El recto reconocimiento de las obras de Jesús es el primer paso para llegar a creer en su condición divina. Aceptar a Jesús conlleva una conversión personal: «El que quiera, pues, entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, ha de procurar conformar con Él toda su vida» (Tomás de Kempis, De imitatione Christi 1,1,2).
Tú y yo, cada día, también podemos hacer esta misma elección libre. Un acto de reconocimiento de la divinidad de Jesús que tiene muchas consecuencias en mi propia vida. Implica un cambio personal porque el mensaje de Dios me interpela, me mueve a una conversión interior. Pidamos al Señor una mayor fe para reconocer su divinidad y que nos de fuerza para actuar en consecuencia en nuestro día a día.