Evangelio (Mt 9, 14-15)
Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
– ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
– ¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces, ya ayunarán.
Comentario al Evangelio
El esposo ya nos ha sido arrebatado. Ya ha llegado el tiempo en el que los cristianos, igual que los discípulos de Juan y los fariseos, hemos de sujetarnos también a la disciplina y al ayuno.
Claro que la nueva Ley -que es ley para hijos de Dios, para mujeres y hombres renovados por la fuerza del Espíritu Santo- no está sujeta a la letra y a las complicaciones de la vieja casuística. Nada volverá a ser igual que antes porque Cristo lo ha cambiado todo. Cristo ha extirpado nuestros corazones de piedra. Jesús ha muerto por amor. Ha dejado traspasar su Corazón con una lanza. Ha entregado hasta la última gota de su Sangre. Y, donde había piedra, nos ha implantado un corazón de carne y nos ha transfundido su propia Sangre derramada por amor.
Los cristianos, ayunamos y mortificamos nuestro cuerpo redimido, como hijos de Dios. No actuamos como funcionarios que conocen perfectamente sus competencias (aunque seamos ministros suyos). No nos comportamos como militares que practican obedientemente las órdenes mandadas (aunque, en efecto, también pertenezcamos a la milicia de Cristo). Y menos como esclavos, que mansos y sumisos acatan la voluntad de su amo (aunque sea muy cierto que, con la humildad de María, deseamos ser y sentirnos esclavos del Señor).
El nuevo motor del ayuno cristiano solo puede ser uno: el amor, la identificación con Cristo Jesús crucificado, muerto, sepultado. Durante la Cuaresma nos preparamos con penitencia y ayuno para celebrar estos misterios durante la Semana Santa. Pero lo hacemos todo por Cristo, con Él y en Él. La iglesia nos invita en este día de hoy a abstenernos de comer carne. Y nuestro nuevo corazón de carne nos invitará quizá a algo más.
No nos olvidamos nunca que somos hermanos del Resucitado. Enseguida llegará la Pascua en la que celebraremos todo con la alegría del Resucitado. Pero cada celebración tiene su tiempo. Y ahora toca ayunar.