Evangelio (Mc 2, 23-28)

Un sábado pasaba él por entre unos sembrados, y sus discípulos mientras caminaban comenzaron a arrancar espigas. Los fariseos le decían:

— Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?

Y les dijo:

— ¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando se vio necesitado, y tuvieron hambre él y los que le acompañaban? ¿Cómo entró en la Casa de Dios en tiempos de Abiatar, sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición –que sólo a los sacerdotes les es lícito comer– y los dio también a los que estaban con él?

Y les decía:

— El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Por tanto, el Hijo del Hombre es señor hasta del sábado.


Comentario

Seguir a Jesús y compartir los días con Él implicaba para los apóstoles pasar por algunos momentos de estrecheces, porque “el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mateo 8,20). Sin embargo, esto no quiere decir que se sintieran agobiados u oprimidos por las circunstancias, como vemos en la escena del Evangelio de la Misa de hoy.

Los compañeros de Jesús pasan por unos sembrados poblados de espigas que parecen ofrecer a los caminantes sus granos de trigo. Con espontaneidad, los apóstoles aceptan lo que la naturaleza les da, y arrancan sin mayor reparo las espigas, distrayendo quizá el hambre que podrían tener en esos momentos. Los discípulos no se plantean mayores problemas, porque saben que están junto al Maestro y lo realizan todo bajo su mirada. Es fácil imaginar la alegría de Jesús al ver cómo los suyos se sentían libres y sabían disfrutar con cosas sencillas.

Los fariseos, en cambio, no se mueven bajo la mirada del Señor, sino bajo la sombra de la ley. La ley a la que ellos acuden es simplemente humana y la aplican sin atender a las necesidades concretas de las personas. Se transforma así en una carga opresiva. Por eso, Jesús intenta levantar un poco la mirada de los fariseos, les pone el ejemplo de la libertad con que actuaba muchos años atrás el rey David y les recuerda que “el Hijo del Hombre es señor hasta del sábado” (v. 28).

Estar con Cristo lleva a moverse con una profunda libertad interior. Él nos hace valorar en su justa medida nuestras opiniones e ideas sobre cómo tendríamos que vivir uno u otro aspecto de nuestra fe. Y nos pone siempre ante los ojos la primacía de las necesidades reales de los demás.