*Celebramos hoy el nacimiento de San Juan Bautista. Habitualmente, honramos a los santos en el día de su muerte para este mundo, cuando han concluido un largo proceso de santificación. A San Juan Bautista lo celebramos en el día de su nacimiento (seis meses anterior al de Jesús), porque fue santificado en el vientre de su madre cuando la
Virgen María visitó a su prima Santa Isabel, madre del Bautista. Ya desde el seno materno, San Juan intuyó la presencia de Jesús y, lleno del Espíritu Santo, saltó de alegría.

La milagrosa concepción de este niño así como su excepcional santificación en el vientre materno y nacimiento son el comienzo de su gran misión en este mundo: preparar el camino y la obra salvadora de Jesús.

Se convierte así este santo en un hermoso modelo e inspirador para tu vida sacerdotal por varios motivos: como él tú también fuiste elegido antes de tu nacimiento y estás invitado a una alegría sobrenatural, fruto de la cercanía y amistad que tengas con Jesucristo. Para ello, has de hacer tuyo el lema del Bautista: “conviene que Él crezca y que yo disminuya”.

Esta humildad que se te pide no será nunca pusilanimidad ni falta de seguridad en la Obra de Cristo por medio tuyo. Nuestra celebración de hoy es el signo que tendrás toda tu vida para confirmarte en la certeza de que Cristo te eligió, te preparó y te consagró como instrumento suyo: te identificó con Él. También para nosotros es un signo suficiente. Lo que te decimos a ti lo meditamos también para nosotros mismos.

Estamos ante un misterio de fe, prolongación del gran signo de su encarnación. Cristo no quiso solamente tomar un cuerpo y un alma humana, sino que quiso también hacernos a nosotros instrumentos de su gracia salvadora. No es excesivo esto, ¿no ha tomado acaso a nuestros padres como instrumentos elegidos suyos para darnos la vida? ¿no ha utilizado Dios a nuestros maestros para abrirnos al conocimiento de la verdad que ilumina nuestras almas y nos abre el camino de la libertad? Cristo nos lo ha dicho claramente: no lo elegimos nosotros a Él, sino que Él nos eligió a nosotros, para que estuviéramos con Él y para enviarnos a predicar, para que hagamos discípulos en el mundo entero dando el perdón de los pecados a quienes crean y los confiesen. Pero sobre todas las cosas, Cristo te ha elegido para que, con su poder, renueves su sacrificio pascual. Para que su obra salvadora se perpetúe en la Iglesia y en el mundo por el santo sacrificio de su Cuerpo y su Sangre en la Santa Misa. No hay mayor obra del amor de Dios en este mundo que la Eucaristía: allí está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia. La salvación y felicidad de toda la humanidad brota de la Eucaristía como de su fuente, aunque sólo los creyentes lo veamos por la fe.

Vidmar, esta ordenación de hoy te dará un gran amor a la Eucaristía, no lo pierdas nunca, celébrala diariamente con devoción y delicadeza aunque tus emociones estén frías o contrariadas. En la Eucaristía está la razón de nuestra vida y de nuestro ministerio, cuídala y déjate enseñar por la Iglesia, con sus sabias normas, en el modo de celebrarla y honrarla luego en el Sagrario. La Misa es el sacrificio de Cristo por obediencia a la voluntad amorosa del Padre, la Misa bien celebrada está llena de esa humilde obediencia del sacerdote para con las rúbricas de la Iglesia. No pierdas nunca los detalles, el amor es fino, es delicado y cuidando esos detalles tendrás mucho a favor de mantener fervoroso el amor a Cristo y su Iglesia en tu alma.

Actitud semejante has de cultivar en el precioso ministerio de la reconciliación, del perdón de los pecados. Importa tanto que también aquí Él crezca y que tu disminuyas. Que seas generoso, abnegado y delicado en la atención de los pobres pecadores que te necesiten, cuidando especialmente en el confesonario de ser obediente a los criterios morales que la Iglesia enseña y transmite fielmente, siempre a favor de los hombres y nunca en contra suyo, con la verdad que nos ilumina y nos salva aunque tantas veces nos contraríe. Si eres fiel en este precioso servicio yo te aseguro una vida sacerdotal fecunda y feliz. En muchos ámbitos, pero de un modo muy particular para con los cautivos en las diversas cautividades que el mundo tiene para la humanidad en este momento.

La buena vida sacerdotal es sacrificada. No tengas nunca miedo a perder tu vida. Jesús nos ha dicho que el que la pierde por Él la encontrará. Olvídate de buscar tu felicidad como la busca el mundo. Como buen religioso trinitario no cejes en buscar la santidad y la santidad de quienes Dios confíe a tu ministerio. La felicidad vendrá sola, en medio de las dificultades de este mundo, con una fuerza que el mundo nunca podrá apagar, porque nuestra felicidad no viene de los placeres. No tengas miedo a ser ajeno al mundo. Hoy más que nunca la humanidad necesita que los cristianos le ofrezcamos algo distinto y en la Iglesia ustedes los religiosos son los especialistas en darnos, con sus votos, un adelanto de las alegrías del cielo. Dale gracias a Dios y la Virgen por tu vocación trinitaria, cuídala con cariño que así te resultará más fácil y fecunda la santa vida sacerdotal.

La orden trinitaria no carece de modelos para tu vida y ministerio, no sólo los canonizados como San Juan de Mata, Juan Bautista de la Concepción o Miguel de los Santos, sino muchos otros ocultos que sencillamente se esfuerzan por vivir fielmente los preciosos votos religiosos, de los cuales tú habrás recibido también aliento e inspiración. No dejes de aprovecharte del gran patrimonio espiritual de tu orden y resiste las grandes tentaciones que hoy tenemos de mundanizarnos. No vendas tu primogenitura por un plato de lentejas.

Nos alegramos hoy todos por tu vocación y no dejamos de pedir insistentemente para que el Señor conceda a la Orden Trinitaria y a toda la Iglesia, especialmente aquí en Villa María, todas las vocaciones que necesitamos, sacerdotales, religiosas, misioneras y matrimoniales. Que tu respuesta y esta ordenación suban a la presencia de Dios como una súplica humilde y confiada que implora más vocaciones para la gloria de Dios y la salvación de muchas almas. Que la Virgen del Buen Remedio, a quien tantas veces habrás acudido, sea desde hoy
la guardiana e inspiradora de tu vida sacerdotal.