Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hace ochocientos años, en la Navidad de 1223, san Francisco organizó el belén viviente de Greccio. Mientras se preparan o se terminan belenes en las casas y en otros lugares, es bueno que redescubramos sus orígenes.
¿Cómo surgió el belén? ¿Cuál era la intención de San Francisco?

Dijo lo siguiente: «Quiero representar al Niño nacido en Belén, y de alguna manera ver con los ojos del cuerpo las penalidades en que se encontró por falta de las cosas necesarias para un niño: cómo fue acostado en un pesebre y cómo yació sobre la paja entre el buey y el asno» (Tommaso da Celano, Vita prima, XXX, 84: FF 468).

Francisco no desea crear una bella obra de arte, sino, a través del Nacimiento, provocar estupor ante la extrema humildad del Señor, ante las penalidades que sufrió, por amor a nosotros, en la pobre gruta de Belén. De hecho, el biógrafo del Santo de Asís señala: «En esa conmovedora escena brilla la sencillez evangélica, se alaba la pobreza, se relata la humildad. Y Greccio se ha convertido como en un nuevo Belén» (ibid., 85).

He hecho hincapié en una palabra: «asombro». Y esto es importante. Si los cristianos miramos el Belén como algo hermoso, como algo histórico, incluso religioso, y rezamos, esto no basta. Ante el misterio de la Encarnación del Verbo, ante el nacimiento de Jesús, necesitamos esta actitud religiosa de asombro. Si yo, ante los misterios no llego a este asombro, mi fe es simplemente superficial; una «fe computacional». No lo olvidéis.

Y una característica del Belén es que fue concebido como una escuela de sobriedad. Y esto tiene mucho que decirnos. Hoy, en efecto, el riesgo de perder de vista lo que importa en la vida es grande, y paradójicamente aumenta en Navidad: la mentalidad de la Navidad está cambiada, inmersa en un consumismo que corroe su sentido. El consumismo de la Navidad. Es verdad que hacer regalos está bien, es una manera de celebrar, pero en ese frenesí por ir de compras se desvía la atención a otra parte y no hay esa sobriedad de la Navidad.

Fijémonos en el Belén: ese asombro ante el belén. A veces no hay espacio interior para el asombro, sino sólo para organizar las fiestas. Y el Belén se creó para traernos de vuelta a lo que importa: a Dios, que viene a habitar entre nosotros. Por eso es importante mirar el Belén, porque nos ayuda a entender lo que importa y también las relaciones sociales de Jesús en ese momento, la familia, José y María, y los seres queridos, los pastores. Las personas antes que las cosas. Y muchas veces ponemos las cosas por delante de las personas. Esto no funciona.

Pero el Belén de Greccio además de sobriedad, que nos hace ver, habla también de alegría. Porque la alegría es algo distinto de divertirse. Pero divertirse no es malo si se hace por buenos caminos. No es malo, es humano. Pero la alegría es aún más profunda. Más humana. Y a veces existe la tentación de divertirse sin alegría; de divertirse haciendo ruido, pero la alegría no está ahí. Es un poco como la figura del payaso, que ríe y ríe, y hace reír, pero el corazón está triste. La alegría es la raíz de la buena diversión navideña.

Y sobre la sobriedad, la crónica de antaño dice: «¡Y llega el día de la alegría, el tiempo del regocijo! […] Francisco […] está radiante […]. La gente acudió en masa y se regocijó con una alegría que nunca antes habían probado […]. Todos volvieron a sus casas llenos de una alegría inefable» (Vita prima, XXX, 85-86: FF 469-470). La sobriedad, el asombro, te llevan a la alegría, a la verdadera alegría, no a la artificial.

Pero, ¿de dónde procede esta alegría navideña? Ciertamente no de haber traído regalos a casa o de haber vivido grandes celebraciones. No, es la alegría que desborda del corazón cuando se palpa la cercanía de Jesús, la ternura de Dios, que no nos deja solos, sino que nos consuela. Cercanía, ternura y compasión, esas son las tres actitudes de Dios.

Y al mirar el Nacimiento, rezando ante el Nacimiento, podemos experimentar estas cosas del Señor que nos ayudan en la vida de cada día.
Queridos hermanos y hermanas, el Belén es como un pequeño pozo del que extraer la cercanía de Dios, fuente de esperanza y de alegría. El Belén es como un Evangelio vivo, un Evangelio doméstico. Como el pozo de la Biblia, es el lugar de encuentro donde llevamos a Jesús las expectativas y las preocupaciones de la vida, como hicieron los pastores de Belén y la gente de Greccio.

Llevar a Jesús las expectativas y las preocupaciones de la vida.
Si, ante el Nacimiento, confiamos a Jesús todo lo que apreciamos, también nosotros experimentaremos una «gran alegría» (Mt 2, 10), una alegría que proviene precisamente de la contemplación, del espíritu de asombro con el que voy a contemplar estos misterios.

Vayamos ante el Nacimiento. Mirad todos y dejad que vuestro corazón sienta algo en su interior. Gracias.