Evangelio (Jn 15,18-21)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

—Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.


Comentario al Evangelio

Hemos escuchado estos días a Jesús instruyendo a sus discípulos sobre el mandato del amor fraterno: ellos deben seguir el ejemplo que Él les ha dado, ejemplo que servirá para que el mundo conozca y acoja a Jesús y su mensaje salvador. Pero también les advierte de una fuerza contraria a ese amor, el odio, presente en el mundo. Jesús ha sido blanco de ese odio, y lo serán también sus discípulos. Pero no deben extrañarse ni atemorizarse. La persecución no es señal de maldición ni motivo para claudicar, más bien al contrario. Ya les había dicho el Maestro: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5,11).

El mundo, creado bueno por las manos amorosas de Dios, ha sufrido el influjo del maligno y de nuestros pecados y parece abocado al abismo. Pero por encima de todo, está la doctrina salvadora de Cristo: si los discípulos la proclaman fielmente, el mundo abandonará el camino del odio a su Creador y se salvará. Nos llenan de esperanza las palabras de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Juan 3,16-17).

Ciertamente, como escribía San Josemaría, “el «non serviam» de Satanás ha sido demasiado fecundo”. Pero “–¿No sientes el impulso generoso de decir cada día, con voluntad de oración y de obras, un «serviam» –¡te serviré, te seré fiel!– que supere en fecundidad a aquel clamor de rebeldía?” (Camino, 413). Jesús nos invita a ser testigos suyos en medio del mundo, firmes en la fe, en la esperanza y en el amor. Y si en algún momento experimentamos rechazo al mensaje del Evangelio, recordemos las palabras del Maestro: “no es el siervo más que su señor”, y su firme promesa: “Al que venza le daré a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios” (Apocalipsis 2,7).