Evangelio (Jn 21,20-25)
En aquel tiempo, volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga».
Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.
Comentario al Evangelio
Después de considerar ayer la figura de san Pedro y cómo el Señor le confirmó en la misión de apacentar sus ovejas (cfr. Jn 21,17), en continuidad con este mismo pasaje, la Iglesia nos invita a considerar hoy los últimos versículos del Evangelio de san Juan.
Y es que, ante la pregunta de san Pedro sobre qué será de Juan, Jesús le responde de un modo un tanto enigmático (vv. 21-22). Será el propio discípulo y evangelista quién aportará más luz a esas palabras del Señor, explicando su sentido (v. 23).
Sin embargo, hoy ponemos el foco en los dos últimos versículos del evangelio: en cómo se acude al testimonio de su propio autor, «el discípulo al que Jesús amaba (v.20), como garantía de que lo escrito en el evangelio es verdad.
San Juan escribió su evangelio, inspirado por el Espíritu Santo, para fortalecer nuestra fe en Jesucristo, en lo que hizo y en lo que nos enseñó.
Así lo expresaba san Pablo VI: «cuando comienza uno a interesarse por Jesucristo ya no le puede dejar. Siempre queda algo que saber, algo que decir; queda lo más importante. San Juan Evangelista termina su Evangelio precisamente así (Jn 21,25). Es tan grande la riqueza de las cosas que se refieren a Cristo, tanta la profundidad que hemos de explorar y tratar de comprender (…), tanta la luz, la fuerza, la alegría, el anhelo que de Él brotan, tan reales son la experiencia y la vida que de Él nos viene, que parece inconveniente, anticientífico, irreverente, dar por terminada la reflexión que su venida al mundo, su presencia en la historia, en la cultura, y en la hipótesis, por no decir la realidad de su relación vital con nuestra propia conciencia, exigen honestamente de nosotros»[1].
[1] Beato Pablo VI, Audiencia general, 20-II-1974