Evangelio (Lc 6,36-38)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midáis se os medirá.


Comentario

El breve fragmento que la Iglesia nos invita a considerar hoy recoge el núcleo de la doctrina del Señor en lo que se refiere al amor y misericordia que estamos llamados a vivir los cristianos con los demás, y que se manifiestan, de modo especial, en el perdón.

En la bula de convocatoria del Año de la Misericordia de 2016, el papa Francisco explicaba: «Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre porque abre las puertas del corazón a la esperanza de ser amados para siempre, no obstante el límite de nuestros pecados»[1].

La medida de Cristo en la Cruz es un amor sin medida, un perdón que abraza a todos. La exigencia del Señor es muy alta, y nosotros estamos llamados a imitarle también en este Amor a todos los hombres.

En ocasiones, podemos pensar que las imperfecciones y los pecados, personales y ajenos, constituyen una barrera infranqueable para asaltar el corazón de Dios. Sin embargo, como nos recuerda san Francisco de Sales, no cabe duda que «Dios detesta las carencias, pues son carencias. Pero por otro lado, en cierto sentido, le gustan las carencias en tanto que le dan a Él la ocasión de mostrar su misericordia y a nosotros la de volvernos humildes, y entender y compartir las carencias del prójimo»[2].


[1] Papa Francisco, Bula de convocatoria del año de la Misericordia, 4.IV.2014, n. 2.