Evangelio (Jn 6,16-21)

Cuando estaba atardeciendo, bajaron sus discípulos al mar, embarcaron y pusieron rumbo a la otra orilla, hacia Cafarnaún. Ya había oscurecido y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado a causa del fuerte viento que soplaba. Después de remar unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba hacia la barca, y les entró miedo. Pero él les dijo:

—Soy yo, no temáis.

Entonces ellos quisieron que subiera a la barca; y al instante la barca llegó a tierra, al lugar adonde iban.


Comentario

Después de considerar ayer el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, la Liturgia nos propone hoy otro prodigio sublime: Jesús que sale al encuentro de los discípulos en mitad de una tempestad caminando sobre las aguas.

Esta acción asombrosa del Señor refleja una vez más su poder, que domina la naturaleza, y que vuelve a sorprender a la fe, todavía pequeña, de los apóstoles.

Si en el libro del Éxodo se narra la salida del pueblo de Israel de Egipto, atravesando el mar Rojo a pie, gracias a la acción de Dios por mediación de Moisés, en este episodio Jesús se muestra más grande que el “mayor de los profetas”, puesto que ni siquiera necesita separar las aguas para poder acercarse a la barca que andaba en apuros.

Del mismo modo, la expresión que utiliza Jesús para que le reconocieran: “Soy yo”, es la misma que empleó Dios para darse a conocer a Moisés en el episodio de la zarza ardiente (Cfr. Ex 3,8).

Los cristianos de todos los tiempos, precedidos y también representados por los discípulos que se encontraban atemorizados en la barca, necesitamos del poder de Dios para no sucumbir ante la tempestad. Decía santo Tomás, comentando un texto de san Agustín, que si tenemos una fe grande en la acción de Dios «el viento, la tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada».

Esa barca que representa a la Iglesia, aparentemente débil ante semejante temporal, siempre saldrá a flote porque el que la guía es, en última instancia, el mismo Jesucristo.