Evangelio (Lc 9,1-6)

Convocó a los doce y les dio poder y potestad sobre todos los demonios, y para curar enfermedades. Los envió a predicar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos. Y les dijo:

— No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas. En cualquier casa que entréis, quedaos allí hasta que de allí os vayáis. Y si nadie os acoge, al salir de aquella ciudad, sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos. Se marcharon y pasaban por las aldeas evangelizando y curando por todas partes.


Comentario al Evangelio

Jesús hace partícipes a los doce de su misma misión. Cuando los escogió los había llamado “apóstoles” (cf. Lucas 6,13), que significa enviados, pues los iba a enviar a realizar lo que él mismo hizo desde el inicio de su vida pública: curar a los enfermos, expulsar demonios, predicar el reino de Dios. Eran tareas que sobrepasaban con mucho las posibilidades humanas de aquellos doce hombres, la mayoría de ellos pescadores, sin una especial preparación. Pero nos sorprende la solicitud con la que responden. Sin apenas equipaje, sin provisiones, se lanzan convencidos de que allí donde vayan y sean bien recibidos, no les faltará nada necesario para su sustento. Saben que Dios les será providente, porque se han fiado del maestro, no de sus propias fuerzas.

Aquellos primeros doce empiezan a sentir sed por la salvación de las almas, la misma que tiene Jesús. Para eso vino al mundo. “Por nosotros y por nuestra salvación, bajó del Cielo”, confesamos en el Credo. Ese afán que nutren los apóstoles es bien distinto del mero deseo de triunfar. Es más, saben que habrán de estar preparados ante los posibles fracasos en su misión, y no tener miedo de dar también allí un claro testimonio, para que aquellos habitantes que les hayan rechazado nunca puedan decir que nadie les dijo nada sobre la buena nueva del reino de Dios. ¿Quién sabe si ese “testimonio contra ellos” al final dará también su fruto?

En la Iglesia del siglo XXI Jesús no deja de escoger y enviar a nuevos apóstoles, para que, allí donde estén, fiados por completo en su palabra, y participando de la misma sed de almas de Dios, curen a los enfermos del alma y empapen los corazones con la doctrina salvadora de Cristo.