Villa María, 20 de mayo de 2024.
Queridos amigos de la diócesis de Villa María:
Todos sabemos que las condiciones económicas de nuestro país están afectando a muchos hermanos, algunos de los cuales no ven cubiertas sus necesidades básicas. Es por esto que quiero hablarles familiarmente a todos sobre lo más elemental para nuestra vida: la alimentación. Es bien sabido que la pobreza en Argentina no se debe a una calamidad natural ni a una agresión extranjera. La pobreza que sufre gran parte de la población de nuestra patria es consecuencia de nuestros propios desórdenes, personales y comunitarios, morales y políticos, sin descartar ineptitud de algunos funcionarios. Estos desórdenes se vienen arrastrando y acumulando desde hace décadas, por lo que cualquier intento de mejorar tardaría un tiempo en dar sus frutos. El hambre y la alimentación no pueden esperar, particularmente en los niños.
Es por esta razón que animo a toda la comunidad a una actitud eficaz, para aliviar entre nosotros el flagelo del hambre. La primera responsabilidad la tenemos quienes estamos en edad y condiciones laborales. Hemos de trabajar honestamente para obtener el sustento propio y el de las personas a nuestro cargo. Sin embargo, diversas circunstancias personales, familiares y sociales hacen, a veces, muy difícil o imposible esta tarea. Vienen entonces a nuestros oídos las palabras de Jesús: “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer… Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt. 25, 35.40).
La familia es la primera y mejor red de contención para socorrernos mutuamente en nuestras necesidades. Pero sabemos que en muchas ocasiones no es posible o no alcanza. Por eso quiero pedirles que en nuestras parroquias u otras instituciones nos movilicemos para ayudar a que nadie sufra hambre a causa de nuestra indiferencia.
Dentro de la gran pobreza nacional, reconocemos que en nuestra diócesis y región no estamos tan mal como en otros lugares del país. No es poco lo que hace el estado en sus diferentes niveles, así como las escuelas y otras iniciativas particulares. Demos gracias a Dios por ello y procuremos nosotros complementarlas en lo que haga falta. No quiero descender a indicaciones menores. Dejo a la iniciativa y creatividad de cada uno el modo de concretarlo. Sí les pido a los párrocos que las Caritas parroquiales instrumenten modos de canalizar la generosidad de la comunidad y gestionen de la manera más eficiente posible esa ayuda, contando también con Caritas diocesana.
Una mención especial merece la atención de los adultos mayores. Aunque sus necesidades son diversas a la de los niños, su hambre no puede dejar de interpelarnos. Es necesario tener en cuenta que esas personas, especialmente cuando han trabajado toda su vida, quizás no se acerquen a pedir ayuda, por lo que es oportuno salir a buscarlos. Al igual que en la pandemia de COVID, hemos de estar atentos a los que piden y a los que no lo hacen.
En Argentina solemos reaccionar generosamente ante urgencias y catástrofes, pero nos cuesta mantener el buen orden en el tiempo. Por ello le pido a Caritas diocesana una planificación, a partir de la cual se prevean acciones sostenidas de acompañamiento, asesoramiento y organización en estas ayudas. Esta carta es un pedido en nombre de Cristo, pero es también una oferta, la de hacer algo importante por Dios, la Iglesia y la patria. Si la aprovechamos, podremos experimentar la verdad de la enseñanza de Jesús: «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch. 20,35).
Con todo afecto, los saludo y bendigo en nombre de Cristo y su Santa Madre.
Samuel Jofré, Obispo de Villa María