Evangelio (Mt 12,46-50)
Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces:
— Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.
Pero él respondió al que se lo decía:
— ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
— Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Comentario al Evangelio
La memoria litúrgica de hoy recuerda una antigua y piadosa tradición basada sobre un relato del apócrifo «Protoevangelio de Santiago». Según cuenta ese texto, cuando la Virgen María era muy niña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de Jerusalén donde se quedaría durante un tiempo junto con otras niñas, para ser instruida en las tradiciones y en la piedad de Israel.
Puede sorprender que la Iglesia nos propone, en un día especialmente dedicado a María, un pasaje del Evangelio donde parece que Jesus la deje en segundo plano, como poco agradecido hacia su Madre: “¿Quién es mi madre?”.
Pero enseguida viene la respuesta: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. El Señor consigue dejarnos la más importante enseñanza y a la vez dirigir a María el mejor piropo que se le pudiera hacer: hacer la voluntad de Dios es la mejor manera de imitar a Jesucristo: Aquí vengo, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad (Heb 10,7).
Toda la vida del Señor y de María ha sido un hacer de su vida lo que Dios quería. Y de aquí la invitación de la Madre de Jesús a los hombres, que es todo un proyecto de vida: Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga (Jn 2,5). Y lo que quiere Dios de cada uno lo sabemos muy bien: ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1Ts 4,3). Cómo debe santificarse cada uno, esta es la tarea que nos toca descubrir día a día.