Evangelio (Lc 11, 29-32)

Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir: —Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás.


Comentario al Evangelio

“Esta generación es una generación perversa, buscan una señal”. Lo que les reprocha el Señor no es que pidan un signo. El Antiguo Testamento está llenos de signos que muestran el cuidado de Dios por su pueblo: el paso del mar rojo, las tablas de la ley, el arca de la alianza, etc. Los signos son buenos. Jesús les llama generación perversa porque tienen el corazón endurecido, porque no están dispuestos a escuchar. Porque la soberbia les ciega. Porque no son capaces de reconocerle por medio de los signos que realiza. En concreto del último que ha realizado que es la curación de un endemoniado (cfr. Lucas 11, 14-23).

Por eso les dice que la única señal que se les dará es la señal de Jonás. Jonás fue enviado a predicar la conversión a los habitantes de Nínive, la ciudad más importante del imperio Asirio. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3, 4). Y los habitantes de Nínive hicieron caso al profeta Jonás: “Convocaron a un ayuno y se vistieron de saco del mayor al más pequeño” (Jonás 3, 5). Tenían un corazón sensible dispuesto a abrirse a Dios, aunque estaban lejos de Él.

Jesús les pide ser escuchado por la autoridad con la que les habla y por los signos que va haciendo cuando va recorriendo las distintas ciudades.

Jesús nos pide que sepamos escuchar, que tengamos un corazón abierto a todo lo que nos viene de Dios. Que sepamos escucharle cuando nos habla a través de su palabra o a través de una lectura o a través de otra persona o a través de una situación por la que atravesemos, etc. En definitiva, que sepamos descubrir cuando se dirige a nosotros para guiarnos en el camino de la vida hacia la santidad.

Contamos con la fuerza poderosa del Espíritu Santo que cuando encuentra un corazón dispuesto se vuelca con sus dones y le conduce por los caminos de Dios.

Nos pide Jesús que nos fiemos y vivamos de su palabra, como hizo la Virgen. Justo antes de este episodio se lee aquella alabanza preciosa de Jesús a su Madre: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11, 28). Esa fue la actitud de la Virgen durante toda su vida. El Papa Benedicto XVI describió esta actitud de María con palabras muy bellas: “la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual entra y sale con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios: la Palabra de Dios se convierte en Palabra suya y su palabra nace de la Palabra de Dios”[1].


[1] Benedicto XVI, Deus caritas est 42.