Evangelio (Lc 11, 27-28)
Mientras Él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
–Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Pero él replicó:
–Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”.
Comentario al Evangelio
Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de la Virgen de Fátima. La liturgia de la Iglesia ha querido que hoy meditásemos sobre la maravillosa alabanza que Jesús dirigió a su madre.
El contexto de esas palabras es el final de una larga conversación de Jesús con la multitud. Los discípulos habían pedido a Jesús que les enseñara a rezar, a lo que el Maestro respondió con el Padre Nuestro. Continúa con algunos ejemplos que subrayan la necesidad de orar confiadamente a nuestro Padre Dios. A lo largo de la conversación se encuentra con la incredulidad de algunos que no terminan de creer en Él.
Jesús encuentra disparidad entre la multitud: Algunos se muestran incrédulos y otros entusiasmados. Como una mujer de entre la multitud que levanta la voz y grita fervorosamente: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron! Esta mujer había sabido reconocer en el Señor algo extraordinario y estaba quizá alegremente sorprendida por lo que escuchaba y veía en Jesús.
El Señor, en su respuesta, nos invita a encontrar un motivo más sobrenatural “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”. Esta respuesta de Jesús supone una elevada alabanza a su madre.
Jesús sabe muy bien que hay muchos que empiezan con gran entusiasmo pero que no logran perseverar. Es por esto que el Señor la invita a edificar sobre terreno seguro, a poner los cimientos sobre roca (cf. Lc 6, 47-49), no solo escuchando y manifestando con palabras su cariño sino también viviendo y practicando su enseñanza.
El Maestro nos pone el ejemplo de María. Ella siempre fue fiel a los designios de Dios, sus obras siempre fueron una respuesta amorosa a los planes de Dios. Es por ello que Jesús la colmó de gracias y quiso dejarnos a María como madre. Una madre que intercede por sus hijos. Y su intercesión continúa hasta nuestros días, como vemos en el mensaje de Fátima.
El 13 de mayo de 1917, tres niños: Lucía, Francisco y Jacinta de 10, 9 y 7 años respectivamente, cuidaban un pequeño rebaño en Cova da Iría. Alrededor del mediodía, después de haber rezado el rosario, se les apareció una “Señora más brillante que el sol” con un rosario blanco entre las manos. Y comenzó una apasionante conversación entre la Virgen María y Lucía – «¿De dónde sois, Señora?» – «Soy del Cielo», fue la respuesta. Entre mayo y octubre se sucedieron seis apariciones de la Virgen. Les pidió que se rezase el Rosario todos los días, y que se hiciera penitencia. Tras varios encuentros, en la última aparición del 13 de octubre, estando presentes cerca de 70.000 personas, además de obrar el milagro del movimiento del sol, la Virgen les dijo que era la “Señora del Rosario” y que hicieran allí una Capilla en su honor.
San Josemaría se hizo eco del mensaje de María y lo quiso transmitir a todos sus hijos en el Opus Dei. Estuvo en Fátima en muchas ocasiones. Siempre se dirigía a la capelinha y se arrodillaba a los pies de la imagen de la Virgen para implorar su intercesión.
La Virgen María nos pidió que rezáramos el Rosario por la paz y por el perdón de los pecados. Acudamos a la llamada de María, recemos con fe tan valiosa plegaria, implorando que esa oración nos lleve a escuchar y guardar la palabra de Dios en nuestras vidas.