Ante una presencia de más de 20 mil vecinos de Río de Tercero, y acompañado en los actos centrales del desfile cívico militar del 9 de Julio, por el gobernador cordobés Martín Llaryora, el intendente local Marcos Ferrer, y demás autoridades provinciales, regionales y municipales, el obispo de la diócesis de Villa María, monseñor Samuel Jofre, fijo en medio de los actos una mirada pertinente y urgente entre la política, la Iglesia, y las necesidades de cambio o refundación del estado nacional que se promueven.

Compartimos a continuación en este documento la oración y reflexión del obispo Samuel, hecha el 9 de julio de 2024 en la ciudad de Río Tercero, provincia de Córdoba:

Escuchemos una lectura del Evangelio según San Mateo 22, 15-22.

“Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones.

Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie.

Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?». Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?

Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario.

Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?».

Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Al oír esto, quedaron admirados y, dejando a Jesús, se fueron.”

Nuestra patria hoy se viste de fiesta y también nosotros queremos festejar. Es justo que celebremos el cumpleaños de nuestra Nación, la fecha más importante para nuestro país, el día que comenzamos nuestra vida independiente. Esto no es un lujo, festejar el cumpleaños es una necesidad que nos da salud espiritual, más necesaria aun ante las dificultades que enfrentamos.

Este festejo tiene un momento religioso. Seguimos en esto una costumbre que iniciaron los congresales de Tucumán en 1816. Ellos festejaron y agradecieron la independencia asistiendo a Misa y cantando el Te Deum. También nosotros le damos gracias a Dios por el don de nuestra patria y todos los beneficios que nos ha concedido con ella. No desconocemos los problemas que nos aquejan, pero por encima de todos está el regalo de tener un país rico en recursos naturales y en talentos humanos. También reconocemos la providencia de Dios en nuestra historia. Damos gracias por todo eso.

El episodio del Evangelio que acabamos de escuchar nos señala las líneas maestras que deben regir la relación entre la religión y la política. “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” nos enseña que la religión y la política son distintas y no se deben confundir, se deben mutuo respeto y ayuda, pero no confusión. La religión y su fuerza moral son el fundamento sólido para la vida política. La política es una consecuencia necesaria de la buena religión. No tenemos que esperar de la religión o de la Iglesia que nos den soluciones técnicas a nuestros problemas, sí pueden aportar inspiración y orientación.

El primer fruto de la fe en Dios es la humildad. Es necesario que reconozcamos las graves frustraciones y fracasos colectivos que padecemos. No podemos enumerarlos todos, pero nos basta recordar la pobreza escandalosa, la emergencia educativa, la creciente inseguridad y la tristeza de innumerables jóvenes que no ven futuro entre nosotros y emprenden el camino de la emigración al extranjero.

La fe también aporta un aire de libertad, muy oportuno al conmemorar nuestra independencia. Jesús nos enseña la fórmula para que esa libertad sea auténtica y responsable, “la verdad los hará libres” nos advierte. Buena parte de nuestras derrotas colectivas se deben al imperio de la mentira entre nosotros. Necesitamos decir basta y empezar a vivir en la verdad, aunque cueste, más caro es el engaño.

La buena religión es realista, cree en los milagros de Dios pero no en la magia o la superstición. Es urgente que reconozcamos y aceptemos nuestras limitaciones, no podemos gastar más de lo que ganamos, no debemos pretender magia en nuestra vida social y económica, con gestos grandilocuentes y vacíos.

La Nación es un proyecto común, para concretarlo necesita de líderes honestos y capaces, pero no son suficientes, necesita consensos. No debemos esperarlo todo de nuestra dirigencia política, son necesarios también muchos líderes educativos, sindicales, empresariales y religiosos. Necesitamos la honestidad del pueblo y el afecto benévolo que nos una como país. La buena vida religiosa puede hacer un gran aporte en este sentido fomentando la reconciliación y el perdón de nuestras mutuas ofensas.

Se habla hoy sobre una renovación o refundación de la patria. Hay consenso de que necesitamos reorientar la vida social, pero no hay pleno consenso sobre cómo ha de hacerse prácticamente esa renovación. El diálogo franco y sincero es el instrumento apto para construirlo. La actitud de Jesús nos muestra la calidad del buen diálogo que es veraz y leal, distinta del estilo de los fariseos que aparentan buscar la verdad cuando sólo les interesa hacer caer al otro. Tampoco podremos unirnos en base al insulto o la descalificación del que piensa distinto. Es comprensible que el dolor y el cansancio tiendan a expresarse con gestos fuertes, pero no nos podemos permitir pactar con la violencia, ni física ni verbal. Es urgente desarmar las manos y los corazones de todo rencor. La búsqueda de la justicia verdadera no es vengativa sino generosa y mansa.

Muchos desafíos tenemos por delante, la fe en la ayuda de Dios implorada por la oración nos da confianza y entusiasma para emprender la tarea que se nos impone. Pidamos esa ayuda con la oración por la patria que se reza en todo el país desde el año 2001:

Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Amén.

Decíamos que la fiesta de la independencia no es un lujo sino una necesidad, porque la patria es un gran regalo de Dios. Que la alegría de este día se transforme en fuerza para el trabajo y generosidad para los corazones.

Demos gracias a Dios por nuestro país y pidámosle la alegría que necesitamos rezando juntos: Padre Nuestro…