Homilía del Obispo Samuel J. Giraudo

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Evangelio según San San Lucas (1, 26 – 38)

La fiesta que hoy celebramos en honor de la Santísima Virgen María, su Inmaculada Concepción, por contraste, nos pone frente al misterio del mal, cuya amplia y tremenda difusión nos interroga siempre por su fuerza misteriosa. La fe nos enseña que su origen es la desobediencia a Dios de nuestros primeros padres, movidos por la soberbia y la mentira del demonio, que nosotros heredamos en el llamado pecado original, mancha y herida de la que fue preservada precisamente la Virgen María en su Inmaculada Concepción.

Así María se alza como una preciosa señal del triunfo de Cristo sobre el mal, triunfo humilde pero magnífico y eterno. La última palabra de la historia no es el egoísmo sino el amor, no es la mentira sino la verdad, no es la violencia sino la paz. Es por este triunfo del amor de Dios que nosotros mantenemos la esperanza, incluso en momentos de grave decadencia social como la que estamos viviendo.

Esa decadencia tiene, en nuestra patria, índices muy conocidos en la escandalosa pobreza, la violencia, la inflación y la desocupación; pero hay otros más profundos y preocupantes. Hace pocos días se hizo pública la información ya reiterada de que en nuestra región hay más divorcios que matrimonios y muchísimas más muertes que nacimientos. Esto nos señala una alarmante descomposición social, un descontento con la vida, que no es considerada digna de compartir ni difundir. La familia formada por el matrimonio de un varón y una mujer, abiertos al don de los hijos, es la célula de la sociedad y donde se gesta lo más hondo y mejor de la cultura y del progreso de los pueblos. Su disolución no puede menos que traernos soledad, tristeza y muerte.

A diario los argentinos nos preguntamos ¿qué nos pasa? ¿porqué estamos así? y surgen entonces múltiples respuestas. Una de las respuestas posibles nos la da el misterio del pecado original, del que fue preservada la Virgen María. Cuando Dios le pregunta a Eva porqué hizo eso, ella contesta “el demonio me engañó”. Vemos que la mentira está a la raíz de todos los males y esa es una de las explicaciones de porqué estamos mal. La mentira se ha difundido en nuestra patria como un cáncer que corroe toda la vida social. Pero no tiene culpa sólo el mentiroso, también por omisión somos muchos los responsables al no buscar, respetar y enseñar la verdad.

Ante tales signos de corrupción es comprensible que se difunda entre nosotros el desaliento y la apatía. No puede ser esa la actitud de los creyentes. El triunfo de Cristo nos interpela, sobre todo cuando lo vemos en el momento de la cruz. El mismo que fue abandonado y crucificado es el resucitado y el glorioso, que nos ha dicho “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo he vencido al mundo”. Muchas veces oímos la receta social de que hay que comenzar por los de arriba. Los cristianos tenemos una receta distinta, tenemos que comenzar por nosotros mismos y no esperar ni a los de arriba ni a los de abajo, ni a los del costado. Con Cristo es posible y vale la pena.

En nombre de Jesucristo y su Madre bendita les propongo vivir en la verdad y alcanzar así de la misericordia de Dios una nueva libertad, la libertad de los hijos de Dios que se difunde en una preciosa fraternidad.

Esta verdad es la verdad de la fe, pero también la del sentido común, la de la auténtica ciencia, la de reconocer nuestras faltas, la de aceptar las evidencias, la de mantener la palabra dada. ¡Cuántas veces nos hemos sentido decepcionados por quien nos dio su palabra y no la cumple sin ni siquiera ruborizarse! Que no sea ese nuestro estilo, no es ese el camino del creyente ni el del ciudadano honesto.

Vivir en la verdad nos traerá las certezas que necesitamos, la humildad de reconocer nuestras faltas y comenzar de nuevo comprendiendo a los que caen. Vivir en la verdad nos posibilitará encontrar las auténticas soluciones a los problemas que nos aquejan. Tienen popularidad entre nosotros las llamadas mentiras piadosas o también vivezas criollas. No nos engañemos, las soluciones alcanzadas con mentiras son soluciones falsas que nos provocarán nuevos y más profundos desengaños.

Cristo nos reitera: “la verdad nos hará libres”. Por eso tenemos esperanza y también la predicamos. No somos ingenuos ni nos aferramos a ilusiones fantasiosas, pero Cristo ha triunfado, es el Señor de la historia y su victoria brilla en la bendita Virgen María, nuestra Madre Inmaculada.

Necesitamos una auténtica campaña de oración que renueve nuestros corazones dándonos el ánimo que necesitan. El Santo Rosario de la Virgen se mostrará especialmente eficaz, en todas nuestras necesidades. No dudemos en acudir a él con renovada confianza, veremos milagros, como tantas veces ha sucedido en nuestra historia. Concluimos hoy un año dedicado especialmente a San José, el castísimo esposo de la Virgen Inmaculada. Que su poderosa intercesión, junto a María y Jesús nos alcance las gracias necesarias para edificar nuestra vida personal, familiar y social en la verdad de Dios.

+Samuel Jofré
Obispo de Villa María

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