Evangelio (Mt 18,1-5.10)
En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
— ¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de los Cielos?
Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:
— En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.
Comentario al Evangelio
Nos cuenta el evangelio de hoy que en una ocasión, cuando Jesús estaba con sus discípulos, “llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (vv. 2-4). Cuando Jesús habla de hacerse como niños no está diciendo una ingenuidad, ni hablando en un lenguaje meramente figurado, sino que está desvelando una realidad profunda que ayuda al hombre a penetrar en su propio misterio, que le hace caer en la cuenta de la importancia de los valores que cada ser humano trae consigo al mundo y que se expresan espontáneamente en su infancia. La pérdida de la sencillez, la sinceridad, el amor candoroso, la capacidad de admirarse ante la grandeza o la belleza de las cosas, la confianza y tantos otros valores que son propios de la condición infantil no supone un logro de la madurez, sino una limitación que conviene restaurar.
Jesús, cuando hablaba del amor de Dios Padre por los niños y por los que se hacen como niños, señaló: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (v. 10). “Fundada en éste y en otros textos inspirados –recordaba Mons. Javier Echevarría-, la Iglesia enseña que ‘desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión’[1]. Y hace suya una afirmación frecuente en los escritos de los Padres de la Iglesia: ‘Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’[2]. De entre los espíritus celestiales, los ángeles custodios han sido colocados por Dios al lado de cada hombre y de cada mujer. Son nuestros cercanos amigos y aliados en la pelea que nos enfrenta –como afirma la Escritura– a las insidias del diablo”[3].
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 336.
[2] San Basilio, Contra Eunomio 3, 1 (PG 29, 656B).
[3] Javier Echevarría, Carta 1.X.2010.