Evangelio (Mt 8,18-22)
En aquel tiempo:
Al ver Jesús a la multitud que estaba a su alrededor, ordenó marchar a la otra orilla. Y se le acercó un escriba:
— Maestro, te seguiré adonde vayas — le dijo.
Jesús le contestó:
— Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
Otro de sus discípulos le dijo:
— Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
— Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos — le respondió Jesús.
Comentario al Evangelio
La multitud está maravillada por los milagros de Jesús. Pero Él huye de toda ostentación y manda pasar a la otra orilla. Un escriba logra presentarse ante Él y le elige como su Maestro. Recibe una respuesta inesperada: está ante el humilde Hijo del hombre, que predica sin descanso el Reino de Dios. No tiene casa propia; se hospeda y descansa donde es bien recibido: en Cafarnaún, en la casa de Pedro; en Betania, en la de los tres hermanos amigos suyos; en Jerusalén, en la casa indicada por el anónimo hombre del cántaro, en la barca de sus discípulos, donde durmió en medio de la tempestad. En cambio, una raposa, por muy agitada que sea su vida, se ha construido su guarida y de allí sale y allí vuelve. Y así los pájaros del cielo en sus nidos. Descansan cuando han asegurado su subsistencia y la de sus crías. Quizá el escriba imaginaba un seguimiento más acomodado.
Los que ya le siguen han experimentado lo que supone no tener tiempo ni para comer, hasta escuchar la invitación de Jesús a descansar un poco (cf. Marcos 6,31). Incluso entre ellos, los que Él ha elegido, surge el conflicto entre seguirle y cumplir la ley que manda honrar a los padres (cf. Éxodo 20,12), dándoles una digna sepultura. Pero ninguna ley supera el mandato del Señor a seguirle para anunciar la salvación, pues es expresión de la más alta caridad hacia el prójimo. Demorar la respuesta equivale a cambiar el orden de los mandamientos.