1. Estamos concluyendo un año que la Iglesia en Argentina se había propuesto como un Año Mariano Nacional. Imprevistamente quedó reducido, en sus manifestaciones principales, a la intimidad de los hogares. En esta fiesta de la Virgen, hemos de clausurarlo, poniendo el cariño que las circunstancias nos impidieron manifestar externamente en estos meses. La bondad de la madre sabrá interpretar nuestros sentimientos y sacar provecho de ellos.
Hemos vivido un año marcado dramáticamente por la pandemia del Coronavirus y la cuarentena que decretaron nuestras autoridades para aminorar los efectos de la enfermedad. Como no hemos salido aun de esta pandemia, no estamos en condiciones de saber lo prudente que hayan sido las estrategias sanitarias seguidas. Sí estamos seguros de que el costo de esta cuarentena ha sido altísimo en lo espiritual, anímico, social, educativo, laboral y económico. La vida religiosa de nuestro pueblo también fue gravemente afectada. Nos hemos impuesto la actitud responsable de procurar evitar el contagio sin ceder a una parálisis que puede provocarnos daños más graves aun. No resulta fácil encontrar el equilibrio adecuado, por ello seguimos pidiendo la prudencia y responsabilidad personales como el aporte principal que debemos hacer en la búsqueda del bien común.
Supliquemos a Dios que esta fiesta de la Inmaculada y la próxima Navidad sean un bálsamo que alivie los dolores del alma y fortalezca nuestros espíritus para superar las gravísimas pruebas que tenemos en nuestra patria.

2. Nos reunimos hoy para honrar particularmente a María. Lo hacemos porque creemos que, por particular bondad divina, ella fue preservada de la mancha original en el momento mismo de su concepción inmaculada.
Para entender mejor el misterio, es bueno recordar que Dios nos da la vida a todos y a cada uno. Todo ser humano es siempre fruto del amor creador de Dios. Nadie es concebido por error o por descuido de Dios. Él nos da la vida, el cuerpo por medio de nuestros padres y el alma infundida directamente por Él en el momento de la concepción. Nunca alabaremos suficientemente la inmensa dignidad de la sexualidad humana con la que Dios quiere asociar a los esposos en la obra creadora de nuevas personas en este mundo. Pero el pecado (que es soberbia, egoísmo y desobediencia) introdujo un virus de maldad en la vida, virus que se transmite en el momento de la generación y llamamos pecado original.
También la Bienaventurada Virgen María es fruto del amor de Dios y del amor de sus padres San Joaquín y Santa Ana. Pero la omnipotente misericordia de Dios a ella la preservó de ese contagio en el momento mismo de su concepción y la mantuvo siempre limpia de toda mancha de pecado a lo largo de su vida. Por eso el ángel le dice “llena de gracia”. Es este un privilegio único dado a María con miras a que fuera la santa madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

3. Para meditar en este misterio, la Iglesia nos pone hoy frente a dos mujeres: Eva y María. En ellas hay dos actitudes diversas frente a Dios, que nos representan a todos: el rechazo o la aceptación, la desobediencia o la obediencia, la soberbia o la humildad, el egoísmo o el amor.
¿De qué lado estamos? ¿reconocemos o no que la vida la hemos recibido gratuitamente de Dios? ¿reconocemos o no que nuestra vida y el mundo entero están marcados por un orden natural con el que Dios ha dispuesto todo el universo y que no tenemos nosotros potestad para cambiarlo? Si no podemos cambiar ese orden natural de las cosas ¿cuál es el sentido de nuestra libertad? Son preguntas que a diario respondemos, más con hechos que con pensamientos o palabras.
Nosotros creemos que nuestra vida y el mundo entero está ordenado sabia y amorosamente por Dios y que ese orden incluye también nuestra libertad. Una libertad que puede aceptar o rechazar el orden, pero que no puede cambiarlo o darle un sentido distinto.
La soberbia, que es el pecado original y origen de todos los males del mundo, nos mueve precisamente a pretender cambiar las sabias y amorosas disposiciones de Dios en nuestra vida. Pretende alcanzar la felicidad sacudiendo el yugo de la ley que Dios ha puesto en la existencia misma de las cosas. Ley que podemos conocer con la luz de la inteligencia y que de muchas maneras el mundo nuestro rechaza.
Demos gracias a Dios porque nosotros no encontramos ningún conflicto entre nuestra fe cristiana y los dictados de la sana razón natural. Sabemos que la aceptación de ese orden que Dios puso en el mundo, aunque muchas veces nos resulte difícil, es el camino de la verdadera felicidad personal y de la auténtica paz social. Es un honor para los católicos, en nuestra época, defender la luz de la razón, en medio de una moda generalizada que busca regirse por los sentimientos, los caprichos o el temor.

4. Muchos son los desórdenes que esas irracionalidades provocan en nuestra sociedad. No podemos tratarlos ahora porque afectan diversos ámbitos: la maravillosa complementariedad del varón y la mujer, la economía, la política, la educación, la diversión, el deporte, la ecología y tantos aspectos de nuestra vida personal y social. Pero las tristes circunstancias de nuestra patria nos obligan a detenernos en un desorden particular promovido desde la cúpula del poder en Argentina. Me refiero a la pretensión de que las mujeres y los médicos tengan el derecho y el deber de matar a los hijos en el vientre de su madre.
Nos quedamos sin palabras para calificar tamaña crueldad y abuso de poder. Es malo que una mujer, superada por las circunstancias, se deshaga de la vida de su hijo. Pero es pésimo que el estado proponga esa conducta como buena, como tolerable y peor aun como un derecho. Insisto, nos quedamos sin palabras para calificar dicha irracionalidad.
No es un capricho religioso el que nos impide abortar. Es la medicina la que nos dice que, desde el momento de la concepción, hay un nuevo ser humano, distinto del padre y de la madre, todo entero aunque pequeñito. La ciencia nos recuerda que la llamada “Interrupción Voluntaria del Embarazo” es la muerte de un niño por nacer, con la misma dignidad y el mismo derecho a la vida que todos nosotros. No somos los católicos los que

lo establecemos así, es la realidad de las cosas que las leyes argentinas reconocen. Nuestra constitución y nuestro código civil lo señalan: desde el momento de la concepción hay una nueva persona, distinta de la madre y del padre, que tiene su propia vida encomendada a nuestro cuidado. ¡Interrumpir violentamente un embarazo es matar un inocente que no puede defenderse ni siquiera con el llanto!
Ninguna ley de este mundo podrá nunca convertir lo intrínsecamente malo en bueno. Por el contrario, la perversa unión de los hombres para rebelarse contra la ley natural no hace más que ahondar el desorden, las divisiones y la violencia en el mundo. Pretender la paz y la felicidad derogando la ley natural es una funesta ilusión que nos asegura más dolor, tristeza y desórdenes en nuestra sociedad.
La comunidad tiene un gran desafío por erradicar toda violencia del varón contra la mujer. Qué contradicción sería que instauremos ahora como un derecho la violencia de la mujer contra el hijo pequeño. Nos interpela en esto el Papa Francisco: ¿está bien matar a un inocente para solucionar un problema? ¿está bien contratar a un sicario para resolver un problema? Eso es lo que nos está proponiendo nuestro presidente.
Cuando la moda dice que tenemos derecho a matar niños por nacer que nos molestan, nosotros tenemos el santo orgullo de afirmar que no se debe matar nunca a ese inocente, aunque me resulte incómodo.

5. La pobreza, la cuarentena, el desorden social y ahora la promoción oficial del aborto pueden tentarnos gravemente a la tristeza, el abatimiento y la desesperación. Muchos jóvenes argentinos lo sufren al punto que planean emigrar a otros países. Sin condenar esos proyectos, prefiero invitarlos hoy al empeño generoso por confiar en la capacidad que Dios nos da para revertir esta situación. No es tarea fácil ni rápida, pero es posible, con la gracia de Dios y de la Virgen.
Nuestra fuerza no está en nuestros talentos sino en la ayuda de Dios. Le llamamos providencia. Dios no deja nunca de gobernar el mundo respetando nuestra libertad. Ese orden natural de que hablamos no puede ser abolido por ningún poder humano y siempre prevalece, volviéndose finalmente la infracción contra el que la comete.
No es verdad que el mal sea más fuerte. El bien y el amor siempre triunfan aunque sufran las derrotas parciales del pecado. La cruz de Cristo, de donde brotó la gracia que previno la Inmaculada Concepción, es superior a todo el egoísmo que tantas veces cubre el mundo. El mal es siempre débil, aunque esconda esa debilidad en palabras y hechos prepotentes. El mal se come a sí mismo, mata a sus propios hijos y nunca triunfa de verdad. De chicos nos enseñaban: “la mentira tiene patas cortas”.
Muchas veces los cristianos se han sobrepuesto a graves crisis de corrupción tan graves como la nuestra. Por eso me animo a proponerles hoy nuevamente la esperanza en la bondad de Dios, que ciertamente triunfará. La duda está en qué bando estaremos nosotros, si luchando con la verdad, la honestidad y la generosidad; o, por el contrario, en el de la mentira, la corrupción y el egoísmo. Dios nos urge, la patria nos necesita. Recemos y trabajemos con ahínco que los frutos, aunque demoren, vendrán seguros.

6. Como dijimos antes, nuestra confianza no se apoya en nuestras fuerzas o talentos. Muchos de nosotros hemos sido testigos del triunfo del Corazón Inmaculado de María sobre la mentira y la opresión comunista. Muchos de nosotros fuimos testigos de la protección de la Virgen al Papa San Juan Pablo II cuando quisieron matarlo. El arma de estos triunfos fue el rezo del Santo Rosario y la consagración al Inmaculado Corazón de María, como ella lo pidió en Fátima. Con ese espíritu, les pido que recemos nosotros e invitemos a mucha gente a rezar el Santo Rosario; veremos milagros. Con esta intención, renovaré hoy la consagración de nuestra ciudad y diócesis de Villa María al Corazón Inmaculado de la Virgen, mediante una oración de San Juan Pablo II por la vida. Les pido que se unan con fe y cariño a nuestra madre, para que no triunfe el aborto en Argentina, para que derrotemos la mentira y la pobreza en nuestra patria, para que nos reconciliemos los argentinos como buenos hijos de Dios.

+Samuel Jofré
Obispo de Villa María